Gestión emocional, ¿y si lo hubiese sabido antes?
Cada día sentimos en nuestro ámbito laboral, social y familiar emociones como alegría, miedo, frustración, ira, tristeza…Pero no siempre es tarea fácil ponerle nombres todas esas señales que nos envía nuestro cuerpo. A veces sentimos el acelerón en el corazón, el nudo en la garganta, un volcán en el estómago o fuego en las manos. ¿Si no sabemos ponerles nombre, cómo sabremos controlar y gestionar las emociones para evitar que nos perjudiquen y conseguir que nos favorezcan?
En un estudio realizado a adultos de entre 30 y 70 años se obtuvo el significativo resultado de que casi el 100 % aseguraba, por un lado, que en el centro escolar nunca se les habló de gestión emocional. Por otro lado, el mismo 100% reconoce ahora, en la edad adulta, la importancia de la inteligencia emocional para afrontar situaciones del día a día.
Por fin, llega ahora una ley educativa (la LOMLOE) que comienza a darle importancia a la inteligencia emocional como herramienta necesaria en la sociedad. ¿Somos una sociedad empática? ¿Expresamos nuestras emociones abiertamente? ¿Sabemos gestionar la frustración y la ira, o nos bloquean y perjudican? El éxito, para mí, y para muchos expertos, no es buen trabajo, una buena casa y un buen coche, el éxito es la felicidad. Y sin una buena inteligencia emocional, alcanzarla es más complicado.
La falta de gestión emocional no solo puede perjudicar el bienestar, sino que es capaz de convertirse en dolores y enfermedades físicas en el organismo. El cuerpo grita, cuando la mente avisa. El estrés, la ira, la tristeza pueden generar dolores de cabeza, irritación en la piel, dolores de estómago y sin duda alguna puede perjudicar la eficiencia de nuestro sistema inmune. Unas defensas inmunes bajas nos dejan débiles ante microorganismos patógenos. Por tanto, fomentar la inteligencia emocional ayudará a un mayor bienestar social y una sociedad más sana física y mentalmente.
Generamos 60000 pensamiento al día. ¿Qué nos decimos? Tradicionalmente, tendemos a dedicar tiempo a eventos del pasado o del futuro. Sin embargo, lo más adecuado es centrarnos en el presente. Podemos aprender el pasado, pero no cambiarlo. Podemos ilusionarnos haciendo planes, pero no han llegado. Por tanto, debemos dedicarle más tiempo y más concentración a lo que está ocurriendo, a las personas que tienes delante en este instante, al entorno, a la comida, a la canción, al abrazo que tienes delante.
Vivimos en sociedad, por tanto la comunicación, las habilidades sociales, la empatía y la autorregulación son esenciales para que todo esté en armonía. ¿Sabemos relacionarnos con los miedos de nuestros jefes, la frustración de nuestros hijos, el enfado de un conductor, la tristeza de un empleado? Cada persona tiene su propia mochila, su propia lucha y su propia circunstancia. Esta sociedad necesita personas con empatía que no juzguen y no critiquen.
Soy profesora y mi objetivo es que mi alumnado cambie el “¿y si lo hubiese sabido antes” por “menos mal que me formaron”. “Menos mal que me ayudaron a reconocer mis emociones, a autorregularme, a ser más empático, a tener habilidades sociales, a saber automotivarme”. “Menos mal que aprendí gestión emocional en la escuela”.
En conclusión, si queremos una sociedad, sana física y mentalmente, feliz y armoniosa, es vital que la escuela forme al alumnado en inteligencia emocional.